11 noviembre 2011

Crónicas mundanas


Selenio Gonzalez, natural de Montgarri, el pueblo más alto de España con 169 metros más que Trevélez, asistió pasmado de júbilo al cableado eléctrico del barrio donde decidió asentar sus posaderas justo el mismo día que llegó a Barcelona para embarcar. Prematuro es decir que decidió asentar allí sus posaderas pues más bien fue el destino quien se interpuso entre él y sus aspiraciones vitales, las cuales incluían hacer las américas (sea eso lo que signifique) y volver a Montgarri con suficiente plata para techar la casa de sus abuelos y establecer allí un pequeño negocio en el que gallinas, vacas y otras fieras de corral tendrían mucho que decir. Reveses de la fortuna dejaron varado su futuro en el puerto de partida por su desmedida afición, más bien aflicción, al juego de cartas del que llegó a ser máximo experto en la faceta de perdedor y al excesivo consumo de fruta, concretamente uvas en su versión orujo.
Ahora, prematuramente envejecido, pasea sus desdichas por las aceras de la ciudad, acariciando el cartón de vino barato que esconde en el bolsillo de su desvencijado abrigo y levantando la vista de vez en cuando para comprobar que siguen ahí todos esos cables que de joven vio colocar.

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